Hace una semana me llegó un correo en que me comunicaban que había sido seleccionada para la entrevista para un puesto de investigadora en la Universidad de Londres. Tenía que presentarme a las 11 de la mañana del viernes y exponer una presentación sobre una evaluación de un proyecto educativo. La mezcla de emociones fue muy intensa: Alegría, miedo, entusiasmo, nerviosismo, confianza... ¡¡Shock!! En menos de tres días tenía que desplazarme a 3000 km de distancia, encontrar billetes de avión, alojamiento, preparar maletas con ropa de gélido invierno, elaborar la presentación y prepararme la entrevista. Seguro que pueden imaginarse el agobio.
La posibilidad de conseguir el puesto de trabajo en la EOI, que tenía como finalidad investigar sobre el sistema educativo de un país latino americano y recomendar mejoras, valía la pena. El jueves por la noche, entre los últimos toques a la presentación y la emoción, apenas dormí. En cuanto estuve en la sala delante de los entrevistadores me relajé, sentí una buena conexión inicial. La exposición salió muy fluida y pronto mi entusiasmo por la investigación y el trabajo que he estado haciendo en estos últimos años me fueron llevando de la mano, e incluso me sorprendí a mi misma contestando preguntas muy profundas o técnicas como si las tuviera preparadas. La única pregunta que me dejó sorprendida y tardé unas fracciones de segundo en contestar fue cuando quisieron saber si podría empezar el próximo 1 de Enero. Por supuesto, les dije que sí, aunque suponía muy corto espacio de tiempo.
Salí de allí muy satisfecha por cómo había transcurrido la entrevista y estuve esperando tranquila hasta las 3, hora en la que teóricamente me daban la respuesta, pero no fue hasta las 5 que recibí la llamada. El director del Departamento empezó pidiéndome disculpas por el retraso y me dijo que el debate para decidirse sobre las dos finalistas, entre las que estaba yo, había sido muy difícil, pero que había optado por darle el puesto a la otra candidata.
No voy a decir que no me desilusioné inicialmente, pero la vida me ha dado tantas pruebas que cuando un camino no es para mí, hay otro que se abre que tampoco supuso ningún trauma. Lo importante es que lo había intentado y para mí misma el hecho de que los entrevistadores, expertos en investigación educativa de amplio prestigio y experiencia, se mostraran tan interesados en mi trabajo e investigación sobre resiliencia había supuesto un feedback muy positivo.
Ya sólo me quedaba regresar a casa al día siguiente para pasar unas navidades estupendas, con calorcito, entre mi familia y amigos. Pero a veces la vida te lo pone un poquito más difícil... De camino al aeropuerto empezó a caer una copiosa nevada y cuando llegué a Gatwick me habían cancelado el vuelo. Después de hacer una cola de 4 horas me dicen que me lo cambian para el lunes por la tarde para otra ciudad a 200 kilómetros. Me quedaban dos días y no tenía donde alojarme, Londres estaba lleno de turistas. Menos mal que al final pude quedarme en casa de la hermana de una amiga, que ahora es amiga mía también y lo pasamos muy bien.
El lunes llegué a Birmingham después de un trayecto complicado en tren y encontré que mi vuelo estaba retrasado 6 horas. Tampoco era para tanto. Al final nos embarcaron 8 horas más tarde, pero por fin estaba en aquel avión que me llevaría a casa. Pasamos 1 hora dentro del avión esperando a que vinieran a descongelarlo para salir, y después el comandante nos informa que tiene que expulsar a un pasajero que estaba en "malas condiciones" para volar... y otra hora y media para que encontraran su maleta en la bodega. Para cuando la encontraron el avión estaba de nuevo congelado y tenía que venir de nuevo la máquina. Cuando ya estaban llevando a cabo el proceso...¡empieza a nevar! Total que esperamos dentro del avión a que parara, pero un nuevo anuncio del comandante nos dice que lamentablemente cancelaban ese vuelo por el cierre del aeropuerto. ¡No me lo podía creer!
Salimos del avión y nos dijeron que teníamos que esperar en sala a que nos llamaran para recoger las maletas, pero nos quedamos allí para que nos aclararan que pasaba con el vuelo. Entretanto llamaron a unos pasajeros de otra ruta para embarcar. El aeropuerto estaba abierto y la verdadera razón por la que nos cancelaron el vuelo era porque la tripulación había acabado con el número de horas reglamentario asignado para estar en servicio. Los pasajeros protestamos enérgicamente, pero allí no había nadie más que un representante del despacho de maletas, que seguían sin traérnoslas. Ya era la media noche y tuvimos que esperar hasta las 5 para recogerlas. Cuando por fin salimos afuera tuvimos que hacer otra cola para hablar con la compañía. Cuando me toca mi turno la persona del mostrador me informa que el próximo vuelo a Gran Canaria es el 27 de Diciembre.¡¡¡Horror!!! Con muchos ruegos conseguí que me admitieran en una lista de espera para ese día en un vuelo a Tenerife Sur.
Estaba cansada, no había dormido en toda la noche, y cargando con una maleta que dificultaba moverme. Tuve que subir al piso de arriba y opté por la escalera mecánica, pero a medio camino se quedó parada y ocurrió algo que ahora sonrío al contarlo. Allí, sin poder subir la maleta a cuestas porque no me quedaban fuerzas y angustiada por la situación, me puse a llorar desconsoladamente, para asombro de quienes estaban alrededor. Un chico muy amable se ofreció a cargar mi maleta y me preguntó que me pasaba. Entre sollozos le conté la historia y él me intentaba calmar diciendo que estaba seguro que podría llegar a casa. Por fin, encontré a otro de los pasajeros compañero de fatigas y nos fuimos a desayunar. Después cuando ya estaba más tranquila apareció de repente un piloto de avión uniformado que se dirigió hacia mí, ¡era el chico que me había ayudado con la maleta! Era de otra compañía pero volaba a Tenerife esa tarde y se ofreció a llevarme en su avión sin coste alguno. ¡Qué detalle tan conmovedor!, el mundo está lleno de gente buena... de verdad lo creo.
Lo cierto es que no me hizo falta ir en su avión ya que a partir de ese momento todo pareció enderezarse. Yo y otros seis compañeros más que formamos el grupo de resilientes dispuestos a llegar a Gran Canaria y que no habíamos querido que nos devolvieran el dinero encontramos plaza para el primer vuelo de la mañana con destino a Tenerife. Cuando llegamos allí conseguimos un minibús que no hizo un precio especial que nos llevó al aeropuerto del norte. Una vez allí encontramos sitio para todos en el primer vuelo a Gran Canaria y a las 7 de la tarde, eso sí después de bastantes turbulencias, conseguimos aterrizar felizmente en nuestro destino.
Cuando encendí el móvil tenía un mensaje de una amiga que me recordaba que teníamos entradas para el concierto de Rosana esa noche, en apenas 2 horas. Estaba agotada, llevaba casi dos días sin dormir y no estaba dispuesta a tener que sumar a los percances del viaje la pena de perderme a mi cantante preferida. Así que llegué a casa, di muchos besos a mi familia, me duché (¡¡¡por fin!!!) y... me lo pasé en grande en uno de los conciertos más cálidos y entrañables, y técnicamente más logrados a los que he asistido. Para ella suponía el cierre de su etapa de conciertos en vivo antes de empezar un nuevo proyecto y lo dio todo en el escenario... ¡Qué regalo más bello para el cierre de mi etapa y el comienzo de la siguiente!
¡Trepidante progresión de adversidades!Mis felicitaciones por tal desenlace resiliente.Un abrazo
ResponderEliminarYo quería un cuento de navidad para mi blog,..., que mejor cuento que este. Alucinante. Las dos sabemos que en esta vida tiene algo positivo, solo hay que buscarlo. Pero en ocasiones lo positivo también nos sale al paso con uniforme de piloto, con microfono y guitarra y en ocasiones con una actitud positiva como la que tu demostraste. ¡Felicidades! Y si quieres escribir un cuento de navidad tan bonito como este para mi blog, estoy dispuesta a colgartelo.
ResponderEliminarDios mio...........lo k he sufrido yo al leerlo.....felices fiestas
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