Empecé a impartir cursos sobre resiliencia hace unos ocho años cuando la palabra resiliencia era prácticamente desconocida en este entorno. Me resultaba muy curioso el rechazo inicial a esta palabra que se daba en muchas de las personas participantes. Incluso, hubo alguna que me sugirió que me buscara otra manera de referirme a ese concepto o que simplemente la eliminara de los títulos de mis talleres. Lo curioso es que todavía, a veces, continúo percibiendo cierto rechazo y, sobretodo, cierta dificultad para incorporarla a nuestro lenguaje cotidiano.
Está claro que el vocablo "resiliencia" es un anglicismo, pero el español está lleno de ellos y continúa nutriéndose de este tipo de términos de manera continua. Hasta hace poco nadie mandaba emails, sino correos electrónicos y se usaba mayoritariamente la palabra "hipervínculo" en vez de link, eso por no hablar de la palabra "blog", de la que ni siquiera recuerdo que haya existido un término previo en castellano y que, sin embargo, no ha tenido mayor dificultad, ni siquiera en el caso de palabras derivadas, como "blogsfera" o "blogero". En fin, que comencé a descartar que ese rechazo se debiera a que provenía del inglés.
Otra fuente de malestar con el término resiliencia podía estar en su similitud con otras palabras similares fonéticamente como "residencia" "silencia" o "resistencia", pero tampoco creo que esta sea la raíz del problema; aunque sí es verdad que puede dar lugar a confusión a la hora de articularla. También es cierto que hay términos que están cercanos conceptualmente como pueden ser el de "afrontamiento" o el de "personalidad resistente", pero no son lo mismo que "resiliencia".
Todas estas consideraciones pasaron a un segundo plano cuando hace unos días leí sobre unas estadísticas que, aunque habían sido realizadas por investigadores diferentes y en contextos y países diversos, concluían que nos avocábamos irremediablemente a un empobrecimiento del vocabulario y con ello, de nuestra capacidad para expresar ideas y emociones más complejas. El fenómeno es debido principalmente a la introducción de las nuevas tecnologías como vehículo para el uso del lenguaje y a la adaptación a la exigencia de frases cortas y términos conocidos para facilitar el intercambio rápido de comunicaciones. Este fenómeno va acompañado de un rechazo a las palabras "raras", las que se prestan a confusión al escribirlas o que expresan nuevos conceptos que implican cierta complejidad. Ha nacido una nueva forma de discriminación: la discriminación hacia las palabras "raras".
Así que voy a tener que incorporarla a las causas personales anti-discriminación que siempre me han movido (género, orientación sexual, situación socio-económica, etnia, edad, diversidad física o psíquica, etc). Especialmente, en el caso de la palabra "resiliencia" quiero reivindicar su valor de dar nombre a una fuerza esencial de los seres humanos y de la naturaleza que es la que permite superar las adversidades, y salir fortalecidos y mejorados de estos procesos. No es algo nuevo, siempre ha estado presente, pero ahora gracias a que tenemos un concepto que la defina podemos estudiarla y usarla en estos tiempos difíciles para crear una nueva sociedad más justa, solidaria y respetuosa con el medio ambiente.
Como siempre me encanta tu post(<---palabra rara). Y como buena escritora soy defensora a ultranza(<---palabra rara) de las palabras, ya sean inusuales, raras, desconocidas, feas o bonitas. Por tanto me uno a tu causa. Y para colmo me gusta la palabra RESILIENCIA.
ResponderEliminarA mi me parece una palabra muy bonita,deberíamos juzgar tanto las palabras como las personas por su contenido y no por su apariencia...
ResponderEliminarun besito,me ha gustado mucho el post y el blog en general