Los ritos de paso constituyen momentos especiales en la vida de las personas. Las diversas celebraciones, ceremonias y eventos significativos como cumpleaños, bodas o graduaciones, por poner algún ejemplo, nos sirven para marcar los finales de un proceso o estado y los inicios del siguiente. En todos ellos existe un marcado componente social. En realidad son los demás los que nos refrendan y confirman que se ha llegado a la meta. Además, el rito de paso suele ir acompañado de un ritual o procedimiento específico, con sus normas, sus símbolo e incluso algún tipo de vestimenta especial que hace que se pueda distinguir ese momento de la cotidianidad y por tanto, perdure, con mayor nitidez en la memoria. Precisamente, el valor fundamental del rito de paso está en dejar su huella para que pueda servir de cierre de ciclo y de motivación para la nueva etapa. En este sentido, puede ser sin duda un estímulo para potenciar la resiliencia.
El pasado sábado tuve mi propio rito de paso, la ceremonia de investidura de nuevos doctores, con todos los elementos para ser un rito de paso significativo. Állí estaba mi familia y mis amigas íntimas - y algunas personas que no pudieron asistir, pero que las llevaba en mi corazón-, también se encontraban el resto de compañeros y compañeras que se investían así como nuestros padrinos y madrinas, presididos por el rector -cetro en mano- y altos cargos de la comunidad universitaria. También contábamos con un coro que se encargaba de marcar con sus cánticos los distintos momentos de la ceremonia.
Sin duda alguna, la parte más emotiva y el centro de este acto, es cuando el padrino (la madrina en mi caso) te toma del brazo y te lleva ante el rector, que te coloca en la cabeza el birrete de doctor. Para mí ese momento fue muy especial. Cuando Eva, mi madrina y directora de tesis, me acompañó hasta el punto de encuentro sentí que también lo hacían todas aquellas maestras y maestros que a lo largo de los años contribuyeron a transmitirme su amor por el saber. Pasaron por mi mente mis entrañables profesoras de primaria Lely, Vicky, Saro... los de secundaria entre los que me gustaría mencionar a Ángeles Sanabria, que me contagió su pasión por la historia, al literato y erudito Padre Mendoza, al genial científico Padre Henriquez (no seguí su consejo de ir por ciencias, pero todavía me encanta la física) y al gran filósofo Padre Borrego. Ya en la universidad, al profesor Cummings y al profesor García, grandes personas y profundos pensadores. Y por supuesto, mis profesores y profesoras de doctorado -todos y todas, aunque no los nombre de manera individual- que supieron reenceder la chispa y alimentar mi vocación de investigadora. Y en este último paso, mis dos directoras de tesis, María Dolores García y Eva Kñallinsky, maestras y ya amigas. Ellas fueron mis guías y una gran fuente de apoyo en el tramo final del largo camino que me llevó hasta ese preciso momento.
La emoción que sentí en toda esta ceremonia fue de profundo agradecimiento, no sólo hacia mis referentes en el marco educativo, sino también hacia mi familia: mis padres y mis hijas, al igual que mis amigas y amigos así como todas las personas, incluidos los y las participantes, que me apoyaron para llevar a cabo este proyecto. Este rito de paso también les pertenece como parte integrante de este proceso de resiliencia que fue la realización de esta tesis doctoral.
Ahora me toca la parte dulce de compartir lo aprendido y de generar nuevos proyectos, como está siendo este blog. Gracias por leerlo y por el estupendo feedback que estoy recibiendo.
Ante la insistencia de mi hija Ana, les incluyo una foto de frente con el atuendo del acto. Sí, ciertamente el birrete (gorra) es un poco ridículo, pero... ¡un rito de paso tiene que tener sus retos!