La semana pasada tuve la oportunidad y el placer de impartir dos cursos de resiliencia para voluntarias y voluntarios de organizaciones pertenecientes a la red EAPN-Canarias, englobadas en la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y Exclusión Social.
En numerosas ocasiones cuando hablamos de resiliencia presentamos las adversidades como oportunidades de crecimiento, ya que el proceso de superarlas nos hace desarrollar nuevas habilidades y generar cambios que dan lugar a mejoras. Pero esto es cierto cuando la adversidad es manejable, cuando se cuentan con los suficientes recursos personales o sociales para dinamizar los procesos de resiliencia.
Desde la perspectiva holística de resiliencia que presenté, ésta se concibe como un flujo que se da de manera natural y que se alimenta de diversos factores que tienen que ver con las energías resilientes de relación, aprendizaje y creativa. Por otro lado, la no resiliencia constituye todo lo que bloquea los procesos resilientes.
En las situaciones adversas que conllevan la pobreza y la exclusión social los factores de no resiliencia son múltiples y crean potentes sinergías entre ellos. Por esto, es tan fundamental el papel de las personas que llevan a cabo su voluntariado en asociaciones implicadas en la superación de estas situaciones, ya que encarnan la fuerza de un gran motor de resiliencia: el apoyo.
Relacionando las diversas prácticas de éxito que ya están llevando a cabo estos voluntarios y voluntarias pudimos desgranar los principales factores de resiliencia en relación a las energías resilientes que manifiestan. Fuimos entrenando también nuestras habilidades de detección y nuestra "mirada resiliente", capaz de ver la potencialidad por encima de los déficits.
Por último, abrimos un proceso creativo grupal en el que atendiendo a diversas temáticas se fueron diseñando posibles programas o accciones encaminadas a incrementar la resiliencia de los colectivos con los que se trabaja.
A través de diversas dinámicas pudimos observar las aplicaciones prácticas de esta visión de resiliencia en la labor del voluntariado, dando pautas también para promover el desarrollo de la propia resiliencia personal de las y los participantes.
Como pudimos comprobar mediante las aportaciones de los asistentes, el hecho de apoyar a otros en sus procesos también genera resiliencia para la propia persona, ya que le permite crear relaciones significativas y participar en proyectos grupales motivadores. Esto además aporta sentido de propósito, que es en sí mismo un gran motor de resiliencia.
Esta unión de sinergias de resiliencia entre personas dispuestas a dar lo mejor de sí mismas para apoyar a otras es la mayor fuerza de transformación, que sirve no sólo para superar adversidades sino para construir una sociedad más justa y solidaria.
Por eso, me gustaría expresar mi profundo agradecimiento a toda la gente comprometida, que dedican su tiempo y esfuerzo para apoyar a personas, grupos, comunidades, o a la propia naturaleza, mediante su participación en la gran red asociativa. Sin duda, otro mundo es posible... ¡y las voluntarias y voluntarios son sus agentes de resilencia!