Últimamente estoy asistiendo maravillada a un enorme florecimiento del concepto y de las prácticas de resiliencia. Mi primer contacto con este tema fue hace diez años y vino de la mano de una profesora del curso de doctorado que estaba realizando por aquel entonces: Eva Kñallinsky, que a su vez lo había aprendido de la también profesora universitaria Dolores García...¡Quién me iba a decir en aquel entonces que las dos, formando un tandem genial, serían mis directoras de tesis doctoral, y que aquel tema que me cautivó desde un primer momento sería el eje de mi trabajo y también de mi vida!
Desde el mismo 2002 empecé a incorporar la resiliencia a los cursos que impartía para la formación de profesorado y ya el tema resultaba práctico e interesante. Recientemente volví a encontrar a una participante que no la había vuelto a ver en todos estos años y me comentó lo mucho que le impactó uno de esos primeros cursos. Sin embargo, recuerdo la gran dificultad que suponía introducir el término "resiliencia" en las programaciones. Desde luego, reconozco que en frío suena bastante mal y puede resultar difícil de pronunciar porque tiende a confundirse con otras palabras: resistencia, residencia, re-silencia... De hecho, desde las propias instituciones que organizaban los cursos me enfrentaba con verdaderas "resistencias" para que me permitieran usar la palabra "resiliencia" en los títulos de los cursos. Incluso alguien me sugirió que buscara otra palabra más cercana y me olvidara de esa palabreja si quería atraer a participantes...¡nunca le hice caso, de hecho introducía el término con insistencia, porque en mi interior sabía que algún día se superarían los obstáculos lingüísticos y el fondo del concepto se empezaría a entender con tanta claridad que ya nadie se preocuparía de la forma, y que finalmente se convertiría en el término rico, pleno, útil y profundo que siempre fue.
Y eso es precisamente lo que está ocurriendo. La misma semana pasada me llamaron de una importante institución para que me hiciera cargo de un curso, pedido expresamente por sus usuarios, con el título ya puesto: "LA RESILIENCIA COMO HERRAMIENTA PARA SUPERAR LA ADVERSIDAD", no pude menos que sonreír interiormente. Tal vez este impulso es debido a la necesidad de alternativas o vías para poder superar la profunda crisis (no sólo económica)que está viviendo este viejo continente europeo y que se nota muy especialmente en los países del mediterráneo y la Península Ibérica; o tal vez, porque a veces los tiempos de maduración de ideas y conceptos llegan justo en el momento adecuado. Así, en la actualidad estoy asistiendo con alegría a que un buen número de investigadores e investigadoras se plantean el tema de la resiliencia para sus trabajos dentro y fuera del marco español. Sin embargo, cuando empecé la tesina que dió lugar posteriormente a la tesis doctoral, uno de los verdaderos obstáculos fue acceder a estudios ya que tenía que beber de unas pocas fuentes anglosajonas e incipientemente de algunas latinoamericanas. Era la época en que, en su traducción al español, Cyrulnik acababa de sacar del cascarón a sus "patitos feos". A partir de ahí todo fue en progresivo crescendo.
Hoy en día ya tenemos una buena colección de libros en castellano, los artículos científicos también empiezan a despegar y, sobre todo, el interés y el conocimiento popular del tema se está extendiendo rápidamente. Ahora no es raro que revistas destinadas a la difusión de conocimientos aborden el tema de la resiliencia, también en artículos periodísticos ya la nombran, e incluso ya la he escuchado en boca de políticos.
Sin embargo, lo que sin duda está contribuyendo con mayor peso es Internet. Ya circula muchísima información sobre acciones, estudios, formación, experiencias...al tiempo que van surgiendo centros de formación y especialistas. Igualmente, el tema también va tomando espacio y popularidad en las redes sociales (aprovecho para destacar y recomendar el grupo de facebook "Resiliencia" creado por Pilar Surjo).
Y es que en resiliencia los esfuerzos de difusión no suman sino que multiplican. Sobre todo ahora que las visiones de resiliencia centradas en el individualismo -salir adelante por uno mismo sin ayuda externa- o que sostenían que era una característica o rasgo de la personalidad genético que se encontraba en individuos excepcionales, se han ido desmontando por sí solas. Porque si algo está sacando a la luz este nuevo paradigma de la resiliencia es que todo y todos/todas estamos profundamente interconectados y que los procesos que nos llevan a superar retos, problemas o adversidades se construyen siempre dentro de entornos relacionales y marcos ecológicos concretos.
Ninguna persona, ni grupo, ni comunidad, ni nación es resiliente por si sola, sino que necesita de los demás y de su entorno para llevar a cabo sus procesos de resiliencia. Así que la difusión y el aprendizaje sobre resiliencia conlleva no sólo el desarrollo personal, sino también comunitario y social. Sin duda, el dinamismo y la fuerza que esta teniendo este concepto se debe a que aporta una visión alternativa y una vía de trabajo a todos los niveles: ¡la resiliencia acerca la utopía a la realidad!